No recuerdo
a quién le escuché decir esta frase, pero sí el impacto que me causó. Por
supuesto, no se puede generalizar, y más de un colega docente, a la defensiva,
dirá que no es cierto y que ha habido muchos cambios.
Y sí,
algunos cambios ha habido, sobre todo de contenidos ya que no podemos hacer caso
omiso de los grandes avances tecnológicos, pero me arriesgaría a decir que
fueron propuestos inconscientemente por los chicos, aunque los adultos crean lo
contrario, que como una gran marea avanzan y evolucionan empujando a sus
mayores a tomar la decisión de acoplarse
a la ola o quedar rezagados y en el
olvido.
Pero los
cambios a los que nos referimos como necesarios y urgentes son más profundos,
cambios de mentalidad, de valores, de visión sobre la vida, de filosofía,
rompiendo paradigmas y estructuras tan añejas y repetidas como caducas, a las
que estamos apegados porque alguna vez se utilizaron y funcionaron. Con ésto no estamos diciendo que la escuela
no sea una preocupación u ocupación de los educadores, ya que se hacen grandes
inversiones en ella, sino que lo que se tiene en cuenta es siempre parcial.
Algunos
docentes más conscientes de esto han comenzado ya este proceso, pero se
requiere un trabajo más generalizado y constante, donde se tome al ser humano
como un ser único e indivisible, dotado de libre albedrío y un cuerpo
espiritual creativo en desarrollo y donde el “ser amor” debiera ser el punto de
partida de todo aprendizaje, y no sólo un intelecto al que le agregamos datos e
información como a una computadora, en un ambiente totalmente competitivo, mecánico,
fragmentado, separativo, donde “tener un futuro” se refiere a tener una salida
laboral y poder estar insertado en la sociedad.
Por décadas,
los maestros hemos dicho que un niño mal nutrido y no cuidado no puede
aprender, y ésto es innegable. Pero no es menos cierto que un niño que no sabe
qué es la vida, ni para qué vive y no sabe confraternizar con el resto de sus
hermanos humanos, carece de metas, objetivos, sueños y anhelos y, por lo tanto, no desarrollará todo su potencial.
La educación
que se viene es una educación en la que conocer y aceptar las leyes de la
naturaleza sea lo cotidiano, donde los chicos puedan desarrollar su capacidad
de observar, crear y encontrar que lo que aprenden puede ser aplicado a la vida cotidiana y comprobados los
resultados, y que no sean datos
abstractos que caen en saco roto. Donde
la única forma de relacionarse sea mediante
el afecto, el respeto, el compartir, confiando en sí mismo, en su intuición y
en el Universo.
Ya están
sembradas y germinando las primeras semillas de una educación del tercer
milenio. Ahora vamos por el bosque.
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